domingo, 28 de agosto de 2022

 

Existo desde siempre en esta esquina de la Campiña, las calles, como yo, tienen nombres de flores y árboles: sauces, jacarandas, naranjos, abetos.

Existo desde siempre en esta esquina –claro, hasta donde puedo recordar-, mis hermanas árboles del parque que se encuentra cruzando la calle dicen que no tenemos principio ni fin y yo les creo, tomo su palabra con fervor florido: son las grandes abuelas que sobreviven a las calles de concreto que nos puso encima la urbanización de los hombres. Remataron nombrando a este sector “La Campiña” y todas estamos de acuerdo en que el nivel de su cinismo no tiene comparación: antes éramos río, el río Tamazula. Nuestro nacimiento, aunque no tiene un sitio definido, puede rastrearse a la Sierra Madre Occidental, nuestra madreabuela ancestral con la que también somos una. Nacimos en Sinaloa pero también en Durango, en Baja California y en Jalisco. Cada tanto me gusta asomarme a ver cómo andan las demás en Zacatecas y las abuelas volcanes en Colima.

Todo va bien pero a la vez no tan bien. Cada que talan una de mis pequeñas raíces la gran madreabuela solloza en todas partes, cada que algún malintencionado en el parque hunde el filo de alguna navaja coqueta en una abuela árbol siento mis ramitas tensarse y me sale una nueva espina ¿no les conté, soy, por ahora, un pequeño arbusto espinoso, me coronan florecitas entre verdes y rosadas que forman hélices de dos alitas. Soy la más vistosa y al mismo tiempo la más invisible. Estoy un todas partes.

Ayer por la tarde cruzó una chica que hacía un año humano no reparaba en mi esquina, no me reconoció porque mi vestido anterior era de girasoles y florecitas guindas. Se le veía triste en aquel entonces, bastó una mirada para reconocer en ella la traición y mil preguntas. Se detuvo a fotografiarnos y siguió su camino.

El tiempo de ambas transcurre distinto, entre nosotras no existen los años, el sol y la luna nos saludan cada día y cada noche, aprendí de mis abuelas árboles y la madreabuela sierra a cambiar mis vestidos cada tanto para permanecer, ahora soy un pequeño arbusto que una humana sale a recortar cada tanto: la verdad me gusta más este nuevo peinado, algunas dicen que fui domesticada, ya no soy el alto girasol silvestre que los hombres que pasaban solían lastimar, soy un arbusto de casa que florece complacida.

Yo sólo pienso: aquí estoy, aquí permanezco, existo desde siempre, soy todas las flores al mismo tiempo.

Y bueno ¿qué esperaban? Si antes todo esto era un río.