Heme aquí que estoy y no
estoy,
contemplándote: pupilas dilatadas,
cabellos tornasol, ceniza en las manos.
Tu reflejo me mira y no me mira,
tu recuerdo raído en lontananza
me llama.
Añorándote diario
y tus manos de palomas que murmullan,
que lloran, que mueren, que vuelan
picoteando mis rincones: curiosas
inventándose desdenes: amadas.
Y heme aquí que estoy y no
estoy,
contemplándote: pupilas silenciosas,
como gato escurridizo entre los techos,
como canción sin palabras al alba,
como recuerdos chirriantes y oxidados,
como helechos olvidados y pacientes,
como navío quemado en tempestuosa marejada.
Heme aquí que estoy y no
estoy,
contemplándote: pupilas prístinas y horadadas
como mozuela virgen y descalza,
como deseo apagado a media noche,
como amante urgente y aterrada,
como vino precioso
como Santo Crisma
como Extrema Unción
como Cristo enardecido
como mar crucificado.
Y entonces heme aquí que estoy y no
estoy,
contemplándote: pupilas de almendro y de miel,
de piano y saxofón desafinados,
de codos indefensos y talones desgastados,
iris de ruido de las pisadas de los gatos
y de las barbas de las mujeres como la cadena de Ymir,
del imposible de acercarnos y no despedazarnos al instante,
de mordernos
besarnos
penetarnos
olvidarnos
de tenernos y lanzarnos a los triángulos de la contemplación.
Heme aquí que estoy y no
estoy,
adorándote: pupilas desteñidas
pupilas heridas
pupilas abiertas
pupilas dilatadas
en tus ojos vigilantes,
desteñidos
aquejados,
perseguidos,
enjuiciados.
Heme aquí que estoy y no
estoy,
contemplándote.
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