Hace días que mi cabeza hace mucho ruido, de ese ensordecedor e indescifrable como el de los televisores que se quedan sin señal ("el canal de las hormigas"). Quise salir a correr y el cuerpo no me lo permitió, estaba exhausta, demasiado ruido, demasiada luz, demasiadas ásperas las sábanas. Creo que el único sentido que nunca voy a recobrar del todo es el olfato, y es una pena porque de ahí viene el gusto.
Al fin hoy pude descifrar unas cuantas cosas y me di cuenta que ese ruido inhabilitante era miedo, un miedo terrible de vivir el mundo.
Aún así me obligué a salir: iba a cortar la ruta porque oscurecía pero me dirigí al parque. Iba a cortar la ruta cuando vi el camino solo, nadie corría pero seguí caminando hacia el lago y al llegar ahí los patos comenzaron a graznar alterados y nadar hacia mí, me quité los audífonos y los escuché primero en coro enardecido y después en la silueta de sonidos que creaban al nadar y volver a sus asuntos. Estaba oscuro, estaba sola y claro, sentía miedo. Levanté la mirada y vi los reflejos de las luces amarillas sobre el lago: esto, me dije, es la vida.

No hay comentarios:
Publicar un comentario